jueves, 5 de agosto de 2010

Trescientos sesenta y cinco días después

Son trescientos sesenta y cinco días después, pero parecen haber pasado mil quinientos setenta y ocho, desde aquél instante en que cogí, o mejor dicho, debí haber cogido ese avión. Miro hacia atrás, con la calma que da el tiempo pasado y el notar que ya no duele como antes, y me doy cuenta de la multitud de instantes irrepetibles que he vivido en estos trescientos sesenta y cinco días que me he empeñado en maldecir por la simple convicción de cualquier tiempo pasado fue mejor.

Las despedidas nunca son bonitas, ni aunque estés acompañada de todos tus amigos o familiares y te hagan pancartas que digan "vuelve pronto, te echaremos de menos". Nadie quiere nunca despedirse, y sin embargo tomamos decisiones que vienen encadenadas a fuertes despedidas. Al escribir esto me doy cuenta de que, entonces, puedan no ser tan tan dolorosas cómo las sufrimos en esos presentes, quizás, y digo sólo quizás, nos dejamos llevar por el dramatismo implícito de la propia palabra, sin ser conscientes de que tras las despedidas existen reencuentros, y eso sí que son explosiones sentimentales. Reencuentros cargados de anhelos largamente guardados, abrazos sin abrir y carcajadas compartidas a medias aún en la distancia.

Olvidémonos de despedidas, 
y disfrutemos los reencuentros, que esos sí que son para recordar.

1 comentario:

  1. Pues tienes razón, a veces hay demasiado dramatismo en las despedidas, a mi me gustan más los reencuentros.


    Allanita

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