Y llegué.
Abrí los pulmones y me llené de sal.
Me llené de mar.
Y esta vez fue el poniente, y no el levante,
el que me acompañó al encuentro de la arena.
Y cuando mis pies descalzos se mojaron de agua y sal todo pasó.
Se fueron las dudas, los reproches y los temores.
Se fueron las inseguridades,
llevándose con ellas todos aquellos "peros" y "por qués".
Noté como la corriente arrastraba lejos de mi todo eso que no necesitaba.
Y entonces no hizo falta pensar más.
Fue como si esas nubes,
que durante tanto tiempo habían estado situadas justo encima de mi,
hubiesen sido disueltas por el viento, el mar y la sal,
dejando sitio al sol y a su calidez.
Y entonces lo sentí.
La realidad de un viaje silencioso y pensativo se transforma en encuentro consigo mismo. Agradezco su visita y espero seguirte leyendo. Un caluroso abrazo.
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